lunes, 10 de agosto de 2020

Por cuál transformación voté: apuntes para una hoja de ruta alternativa, segunda parte

 

El 5 de agosto pasado, en su gira por el noroeste del país y durante su estancia en Culiacán, Sinaloa, el presidente López Obrador expresó su intención de que nuevamente sea una consulta popular la que resuelva el conflicto que existe en torno a un proyecto de inversión en construcción en el puerto de Topolobampo.

 

El proyecto inició su construcción en 2015 y consiste en una planta para la producción de 770 mil toneladas de amoniaco, para uso como fertilizante agrícola, con una inversión estimada de mil doscientos millones de dólares. Se ubica a la entrada de la Bahía de Ohuira, a un lado de las instalaciones de almacenamiento de combustibles que tiene PEMEX en el puerto de Topolobampo. A la fecha se ha construido la plataforma de operación de la planta en una superficie del orden de 30 hectáreas, con frente de agua y el acceso a la carretera Los Mochis-Topolobampo. El proyecto cuenta con resolutivo favorable de la manifestación de impacto ambiental que realizó en 2014. En una segunda etapa, se prevé la construcción de una planta de urea, y en una tercera, una planta de metanol, para una inversión total estimada en cinco mil millones de dólares.

 

Se atendería la demanda de fertilizantes de la región Sinaloa-Sonora, una de las más grandes y productivas regiones agrícolas del país. En 2018, se importaron por el puerto de Topolobampo, cerca de un millón de toneladas de fertilizantes (urea y otros), y doscientos mil toneladas de amoniaco. Con la producción local de amoniaco y fertilizantes, se espera bajar el costo de este insumo y aprovechar el suministro de gas natural que ya llega al puerto de Topolobampo a través de dos gasoductos provenientes de Estados Unidos.

 

La planta de fertilizantes sería la primera industria en instalarse dentro del corredor Los Mochis-Topolobampo, que es uno de los sitios más propicios para la atracción de inversiones con que cuenta el país, en virtud de un conjunto de factores favorables: una ciudad media de apoyo con todos los servicios; un puerto comercial con capacidad de crecimiento; un corredor industrial-logístico de más de 10 kilómetros de longitud con terrenos urbanizables del orden de dos mil hectáreas; suministro abundante de gas natural a través de dos gasoductos que vienen de Estados Unidos; punto de enlace comercial y turístico con Baja California Sur y el Mar de Cortés, así como del tren Chihuahua-Pacífico (“el Chepe”) que cruza las Barrancas del Cobre; conectividad carretera de cuatro carriles a la frontera con Estados Unidos y a través de Ferromex; y próximamente, puerta para conectar Chihuahua, el noreste del país y el sureste de Estados Unidos a la Cuenca del Pacífico (a través de la carretera Topolobampo-Ojinaga).


 

 El conflicto se ha planteado por la oposición al proyecto que han manifestado algunos grupos de pescadores, de indígenas y ambientalistas, que han presentado y ganado juicios de amparo de suspensión provisional, en particular por la aparente falta de consulta previa a grupos indígenas que podrían verse afectados. La objeción de fondo se refiere a la afectación ambiental que pudiera tener la Bahía de Ohuira por descargas residuales provenientes de la operación de la planta. También se ha mencionado el riesgo de una eventual fuga de amoniaco en forma de gas, sobre el centro de población de Topolobampo, asentado entre el puerto y las instalaciones de PEMEX y la planta de generación eléctrica de la CFE.

 

Este proceso se ha vuelto más visible por la participación de personajes como Francisco Labastida Ochoa[1], a favor del proyecto, y Tatiana Clouthier[2], en contra. El punto al que se ha llegado es ejemplificativo de lo que pasa con proyectos de inversión, pública o privada, de cierta envergadura, cuando no existe un camino institucional bien estructurado desde la idea hasta la ejecución, que vaya resolviendo las dudas legítimas que presentan los actores interesados (los promotores del proyecto, las autoridades en sus tres órdenes de gobierno, la comunidad en que se inscribe -beneficiarios y afectados-).

 

El último caso de proyecto de inversión en curso que se resolvió por consulta popular fue el de la planta de fabricación de cerveza en Mexicali, Baja California, y resultó un desastre. Se realizó en marzo pasado, cuando la planta llevaba un 70% de avance y una inversión estimada de mil cuatrocientos millones de dólares. Votó solamente el 4.7% del padrón electoral del municipio de Mexicali. Y se revirtió la decisión de otorgar derechos de agua que representaban un porcentaje mínimo de los usos consuntivos anuales sobre el acuífero de Mexicali.

 

La decisión favorable sobre los derechos de agua se tomó el sexenio pasado, pero fue ratificada por las autoridades actuales apenas al inicio de este año[3]. Si bien se trata de un acuífero sobreexplotado[4], como casi todos en el país, su gestión sustentable debió incluir la búsqueda de mayor eficiencia en el consumo agrícola (usuario predominante) y urbano.

 

El costo para el país de haber detenido ese proyecto no sólo será por el monto de la inversión ya realizada (que tendrá que resarcirse a la empresa privada por parte del gobierno federal): se perderán los empleos programados, ya no se desarrollará la zona de producción agrícola de acompañamiento, ya no habrá exportaciones adicionales de cerveza. Pero además, se reducirá la confianza de la inversión privada, nacional y extranjera, y con ella disminuirá este componente esencial para que México pueda crecer a tasas elevadas sostenidas en los años siguientes.

 

La deliberación pública, suficiente e informada sobre el proyecto debió hacerse desde un principio, con todos los actores interesados. Y el resultado no tenía que ser necesariamente llegar a una votación popular para decir sí o no al proyecto. El debate con argumentos, no con calificativos ni posturas ideológicas, hubiera puesto de relieve que el problema que debe atenderse es la gestión eficiente del agua en la cuenca, analizando todas las opciones con una visión de largo plazo. Así, por ejemplo, una de las acciones que habrá que tomar más temprano que tarde se refiere a modernizar el manejo del agua en el Valle de Mexicali, a fin de generalizar el uso de riego presurizado, reducir el volumen del consumo anual de agua, y mejorar la productividad de los cultivos. El verdadero objetivo es llevar nuevamente la recarga del acuífero a números negros para garantizar su sustentabilidad.

 

Regresando al caso de la planta de amoniaco de Topolobampo, más que una consulta popular a corto plazo, lo que se requiere es una deliberación pública, suficiente e informada, durante algunas semanas, entre todos los actores interesados, que contraste los argumentos técnicos sobre el fenómeno que se percibe como problema (la contaminación de la Bahía de Ohuira) y el impacto supuesto de la operación de la planta.

 

Es probable que, como resultado de este ejercicio, se obtenga una idea clara y compartida de que efectivamente hay un problema de contaminación en la Bahía de Ohuira, causado por la acumulación de décadas de descargas de las aguas provenientes de las importantes zonas de producción agrícola que rodean la bahía, con residuos de fertilizantes y otros agroquímicos; así como de las descargas de los desarrollos de acuacultura en la zona; y las descargas de aguas residuales urbanas provenientes de Los Mochis y Topolobampo; y las descargas de la planta termoeléctrica de la CFE, por mencionar las fuentes más relevantes. Y en este contexto, sería posible ubicar el impacto real -muy poco significativo- de la planta de amoniaco. Los diferentes actores interesados podrían entonces acordar acciones conjuntas para resolver el problema de fondo y garantizar que la Bahía de Ohuira continúe siendo un área biodiversa y fértil de pesca ribereña sustentable, de ecoturismo, y de actividades de transportación marítima comercial y turística bien acotadas.

 

Es probable que también se pueda identificar y reducir el impacto sobre otras actividades económicas que serían afectadas por el proyecto, como la importación y distribución de fertilizantes.

 

Si después de realizar este ejercicio todavía se desea llevar a cabo una consulta popular con votación directa de la población, habría que ser cuidadosos en la definición de los municipios participantes en la región norte de Sinaloa, así como en la organización del evento por parte de la autoridad electoral.

 

La experiencia internacional en materia de consulta pública de proyectos de inversión importantes[5], confirma la necesidad de contar con reglas, procesos, agencias ad hoc, que resuelvan con oportunidad, legitimidad y eficiencia cualquier discrepancia, desde su concepción hasta su ejecución.

 

Independientemente de lo que se decida hacer en este próximo caso de la consulta pública sobre el proyecto de inversión de la planta de amoniaco de Topolobampo, y otros casos que le sigan, es claro que la transformación que requiere el país exige avanzar hacia “Una nueva institucionalidad pública que fortalezca el proceso de identificación, evaluación, selección y ejecución de los proyectos de inversión pública [y privada]; que sea abierto a las propuestas y a la revisión y deliberación pública por parte de la sociedad; que construya una cartera amplia de proyectos para la planeación a largo plazo de la inversión pública en los tres órdenes de gobierno [y una mejor selección y perfilamiento de los proyectos de inversión que decida hacer el sector privado]”[6].

 

Es alentador que el Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo 2020-2024, de reciente publicación en el Diario Oficial de la Federación, contemple un propósito similar entre sus objetivos, estrategias y acciones puntuales.[7]

 



[1] Político priísta de larga trayectoria y amplio reconocimiento público. Es mochiteco, fue gobernador de su estado y ha realizado trabajos como consultor para el desarrollo del proyecto.

[2] Política morenista, diputada federal y excoordinadora de la campaña presidencial de López Obrador. Es culiche, hija del legendario Maquío, y probable candidata de Morena a la gubernatura de Nuevo León el año próximo.

[3] El titular de la SEMARNAT , Víctor Manuel Toledo, primero expresó que el proyecto no afectaría la dotación de agua a los habitantes de Mexicali, y unas semanas después no sólo adoptó la postura contrario, sino que declaró después de la consulta que “otro virus mortal” eran los “500 corporativos, bancos y magnates [de México] que lista la revista Fortune”.

[4] ¿Por qué el manejo del agua y, en particular, la gestión de los acuíferos, no tiene la más alta prioridad en la gestión gubernamental? Es un rubro fundamental para la sustentabilidad del país, y puede dar lugar a iniciativas amplias de mayor inversión y productividad agrícola (vía sistemas de riego presurizado y paquetes tecnológicos adecuados), al tiempo que se liberan volúmenes aprovechables para el uso urbano e industrial. Desde luego, también hay un amplio espacio para lograr una mayor eficiencia en el consumo de agua urbana (reducción de fugas, medición y tarificación).

[5] Como el casó francés y su Comisión Nacional para el Debate Público, que desde 2008 se ocupa de organizar y facilitar el debate entre los actores interesados, así como en informar cabalmente al público, dando difusión a los debates y publicando sendos informes al inicio y al final de las deliberaciones públicas. Los proyectos elegibles deben reunir algunos criterios relativos a su impacto económico, social y/o ambiental, así como su escala (mayor a 300 millones de euros). El resultado no es una votación popular, sino que la decisión de hacer o no el proyecto, y las modificaciones que -en su caso- tuvieran que incluirse, se toma con base en las conclusiones de la deliberación pública efectuada.

[6] Véase la nota “Por cuál transformación voté: primera parte”, en este mismo blog.

[7] DOF, 5 de agosto de 2020.

domingo, 2 de agosto de 2020

Por cuál transformación voté: apuntes para una hoja de ruta alternativa (primera parte)

El presidente López Obrador ha llamado a la población a definirse si están a favor o en contra de la transformación del país. Desde luego, yo estoy a favor de la transformación, pero no de una en abstracto.

 

A mi entender, transformar significa cambiar en forma profunda; dejar de hacer lo que no ha funcionado, innovar, experimentar, para encontrar respuestas a los retos que enfrentamos como país.

 

Y el primer cambio profundo, indispensable para hacer una verdadera transformación, consiste en lograr un crecimiento económico significativamente superior al que ha tenido el país en los últimos seis sexenios, que tenga como atributos principales una reducción igualmente significativa de la pobreza y de la desigualdad.

 

Tasa de crecimiento anual promedio del PIB

 

Sexenio

Años

PIB

 

TMCA

Incremento Sexenal

 

José López Portillo

1977-1982

6.7%

47.8%

 

Miguel de la Madrid Hurtado

1983-1988

0.1%

0.4%

 

Carlos Salinas de Gortari

1989-1994

4.1%

27.0%

 

Ernesto Zedillo Ponce de León

1995-2000

3.3%

21.2%

 

Vicente Fox Quezada

2001-2006

1.9%

12.2%

 

Felipe Calderón Hinojosa

2007-2012

1.7%

10.7%

 

Enrique Peña Nieto

2013-2018

2.4%

15.3%

 

Últimos seis sexenios

1982-2018

2.2%

121.3%

 

Andrés Manuel López Obrador

2019-2024

3.6%

23.9%

 

FUENTE: PIB a precios de 2013, INEGI. Los datos para AMLO suponen que se alcanza un crecimiento anual promedio de 8.4% durante 2021-2024, a fin de compensar la caída de -10% esperada en 2020.

 

 

El nivel del crecimiento requerido es el que permitiría dar empleo formal a todo aquél que quisiera trabajar, porque esa es la mejor manera de acabar con la pobreza, para lo cual el tamaño de la economía tendría que duplicarse, ya que el empleo informal y el desempleo suman poco más de la mitad de la fuerza de trabajo actual. Si nos fijamos como objetivo lograr lo anterior en la próxima década (2021-2030), tomando como punto de partida el tamaño de la economía al fin del sexenio anterior (2018), nuestra meta para transformar el país tendría que ser una tasa de crecimiento anual promedio de por lo menos 8.4%[1].

 

Una tasa de ese nivel parece ciencia ficción cuando pensamos que el último periodo de alto crecimiento de nuestra economía fue hace más de 40 años, durante la administración del presidente López Portillo. Entonces, el país creció a una tasa promedio de 6.7%, y su tamaño aumentó en casi un 50% durante el sexenio. Dicho crecimiento se basó en el descubrimiento de Cantarell y un contexto inicial favorable del mercado petrolero global, así como en un gasto público elevado, descontrolado y dispendioso.

 

Después, en los últimos seis sexenios, el país ha crecido a una tasa media anual del 2.2%, y ha tardado 32 años en duplicar el tamaño de su economía. Con sus matices sexenales, el modelo económico que ha prevalecido se orientó a buscar la inserción de México en los mercados globales, a privilegiar la inversión privada nacional y extranjera, y a reducir al mínimo posible la acción y regulación del gobierno en la actividad económica.

 

En contraste, países como la India (la democracia más grande del mundo) se propusieron explícitamente crecer a una tasa elevada, registrando un 6.5% anual promedio durante los últimos 20 años (1999-2019), y multiplicando el tamaño de su economía por 3.5. China, con un régimen autoritario, creció al 9% anual promedio en el mismo periodo y multiplicó el tamaño de su economía por 5.6. Incluso Chile, Colombia y Perú lograron más que duplicar el tamaño de su economía entre 1999 y 2019. En ese periodo, México sólo aumentó el tamaño de su economía en un 50%.

 

La transformación del país en materia económica debe empezar por proponerse crecer a una tasa anual elevada y contínua, con la misma obsesión con la que se combate la corrupción. A partir de este objetivo central, se tendrían que alinear visiones, políticas, actitudes y acciones de todos los actores sociales, a fin de tener posibilidades de éxito. No se trata de reeditar pactos tras bambalinas, sino de plantear y discutir abiertamente, con argumentos y sin calificativos, las opciones disponibles.

 

El propósito debe ser construir una agenda que incluya, entre otras cosas:

 

1.     Un aumento significativo de la inversión pública en los tres órdenes de gobierno, dirigida a prioridades bien fundamentadas y basadas en una deliberación pública sistemática entre las partes interesadas.

 

2.     Un aumento igualmente significativo de la inversión privada nacional, no sólo de los grandes grupos empresariales, sino en particular de las empresas medianas y pequeñas (incluyendo al sector social), agrupadas en estrategias de desarrollo regional y encadenamientos productivos, para el aprovechamiento de los recursos locales, y sobre la base de consorcios ad hoc de investigación científica, desarrollo tecnológico y servicios especializados.[2]

 

3.     Un aumento de la inversión extranjera en aquellos campos en que sea evidente su contribución al desarrollo tecnológico y la ampliación de mercados internacionales.

 

4.     Una nueva institucionalidad pública que fortalezca el proceso de identificación, evaluación, selección y ejecución de los proyectos de inversión pública; que sea abierto a las propuestas y a la revisión y deliberación pública por parte de la sociedad; que construya una cartera amplia de proyectos para la planeación a largo plazo de la inversión pública en los tres órdenes de gobierno.[3]

 

5.     Una reforma hacendaria nacional que fije las nuevas reglas sobre los ingresos y egresos públicos, haciendo una distribución más equitativa de derechos y obligaciones entre los tres órdenes de gobierno.

 

6.     Una reforma tributaria progresiva, que grave más a quienes tienen mayor capacidad económica, y en particular un impuesto a la riqueza que permita a los más ricos contribuir claramente a reducir la desigualdad.

 

7.     Un amplio programa de generación de empleos formales productivos que nos lleve al pleno empleo en una década, aparejado con una política de largo plazo de aumento en los salarios reales, particularmente de los más bajos.

 

8.     Una política macroeconómica que mantenga baja la tasa de interés y no sobrevalúe el peso; que permita el financiamiento de proyectos estratégicos de inversión pública mediante emisiones bien calibradas del banco central, y que controle la inflación.[4]

 

9.     Una política de financiamiento de proyectos de inversión privada y social, que son producto de las estrategias regionales de desarrollo, a través de fondos regionales concursales, que puedan combinar recursos fiscales y bancarios en esquemas diversos de crédito y aportación a capital; y que puedan convertir gradualmente las aportaciones a fondo perdido en créditos a tasa cero y participaciones temporales en el capital de las empresas.[5]

 

La transformación que ofreció el gobierno federal todavía es posible. México puede crecer a tasas elevadas los cuatro años que restan del sexenio. Pero debemos asumir esto como propósito central, y actuar en consecuencia.

 

 



[1] Y ello, sin considerar el crecimiento adicional que tendría la fuerza de trabajo en ese periodo.

[2] Hay distintos casos ejemplificativos que pueden ayudar a configurar los esquemas propios para México: los programas regionales que impulsa la Unión Europea, los programas territoriales que se han impulsado en el ámbito rural latinoamericano, los clústeres en torno a ciertas industrias y regiones.

[3] Un caso ejemplificativo que vale la pena revisar con lupa es Infrastructure Australia, el arreglo legal e institucional creado por el gobierno australiano en 2008 para profesionalizar y sistematizar la jerarquización de los requerimientos de infraestructura del país (de transporte, comunicaciones, energía, hidráulica, de salud y educación, etc.). Para la realización de deliberaciones públicas sobre proyectos de inversión de cierta escala e impacto, convendría revisar el caso francés y su Commission Nationale du Debát Publique.

[4] Este es un tema clave sobre el que volveré en otro apunte próximo.

[5] La concentración en una sola coordinación federal por estado de lo que antes eran delegaciones de cada dependencia federal que se manejaban en forma separada, permitiría ahora operar fondos concursales dirigidos a programas regionales con una visión integral (no sectorizada) de las prioridades de inversión en cuanto a actividades económicas, pero también incluyendo requerimientos de infraestructura y otros servicios (capacitación y asistencia técnica, etc.). Por ejemplo, un programa regional podría apoyar la inversión en infraestructura de riego de varias zonas productivas, la organización de productores para la construcción y operación de bodegas de almacenamiento y unidades de transporte, el mejoramiento de caminos rurales y la introducción de redes de electrificación rural y de telecomunicaciones. Otro programa regional podría apoyar el desarrollo de proveedores de una empresa ancla industrial. En cada uno cabría identificar requerimientos de mejora tecnológica y servicios especializados.