El
presidente López Obrador ha llamado a la población a definirse si están a favor
o en contra de la transformación del país. Desde luego, yo estoy a favor de la
transformación, pero no de una en abstracto.
A
mi entender, transformar significa cambiar en forma profunda; dejar de hacer lo
que no ha funcionado, innovar, experimentar, para encontrar respuestas a los
retos que enfrentamos como país.
Y
el primer cambio profundo, indispensable para hacer una verdadera
transformación, consiste en lograr un crecimiento económico significativamente
superior al que ha tenido el país en los últimos seis sexenios, que tenga como
atributos principales una reducción igualmente significativa de la pobreza y de
la desigualdad.
Tasa de crecimiento anual promedio del PIB |
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Sexenio |
Años |
PIB |
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TMCA |
Incremento Sexenal |
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José López Portillo |
1977-1982 |
6.7% |
47.8% |
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Miguel de la Madrid Hurtado |
1983-1988 |
0.1% |
0.4% |
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Carlos Salinas de Gortari |
1989-1994 |
4.1% |
27.0% |
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Ernesto Zedillo Ponce de León |
1995-2000 |
3.3% |
21.2% |
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Vicente Fox Quezada |
2001-2006 |
1.9% |
12.2% |
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Felipe Calderón Hinojosa |
2007-2012 |
1.7% |
10.7% |
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Enrique Peña Nieto |
2013-2018 |
2.4% |
15.3% |
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Últimos seis sexenios |
1982-2018 |
2.2% |
121.3% |
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Andrés Manuel López Obrador |
2019-2024 |
3.6% |
23.9% |
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FUENTE:
PIB a precios de 2013, INEGI. Los datos para AMLO suponen que se alcanza un
crecimiento anual promedio de 8.4% durante 2021-2024, a fin de compensar la
caída de -10% esperada en 2020. |
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El
nivel del crecimiento requerido es el que permitiría dar empleo formal a todo
aquél que quisiera trabajar, porque esa es la mejor manera de acabar con la
pobreza, para lo cual el tamaño de la economía tendría que duplicarse, ya que
el empleo informal y el desempleo suman poco más de la mitad de la fuerza de
trabajo actual. Si nos fijamos como objetivo lograr lo anterior en la próxima
década (2021-2030), tomando como punto de partida el tamaño de la economía al
fin del sexenio anterior (2018), nuestra meta para transformar el país tendría
que ser una tasa de crecimiento anual promedio de por lo menos 8.4%[1].
Una
tasa de ese nivel parece ciencia ficción cuando pensamos que el último periodo
de alto crecimiento de nuestra economía fue hace más de 40 años, durante la
administración del presidente López Portillo. Entonces, el país creció a una
tasa promedio de 6.7%, y su tamaño aumentó en casi un 50% durante el sexenio.
Dicho crecimiento se basó en el descubrimiento de Cantarell y un contexto
inicial favorable del mercado petrolero global, así como en un gasto público
elevado, descontrolado y dispendioso.
Después,
en los últimos seis sexenios, el país ha crecido a una tasa media anual del
2.2%, y ha tardado 32 años en duplicar el tamaño de su economía. Con sus
matices sexenales, el modelo económico que ha prevalecido se orientó a buscar
la inserción de México en los mercados globales, a privilegiar la inversión
privada nacional y extranjera, y a reducir al mínimo posible la acción y
regulación del gobierno en la actividad económica.
En
contraste, países como la India (la democracia más grande del mundo) se
propusieron explícitamente crecer a una tasa elevada, registrando un 6.5% anual
promedio durante los últimos 20 años (1999-2019), y multiplicando el tamaño de
su economía por 3.5. China, con un régimen autoritario, creció al 9% anual
promedio en el mismo periodo y multiplicó el tamaño de su economía por 5.6.
Incluso Chile, Colombia y Perú lograron más que duplicar el tamaño de su
economía entre 1999 y 2019. En ese periodo, México sólo aumentó el tamaño de su
economía en un 50%.
La
transformación del país en materia económica debe empezar por proponerse crecer
a una tasa anual elevada y contínua, con la misma obsesión con la que se
combate la corrupción. A partir de este objetivo central, se tendrían que
alinear visiones, políticas, actitudes y acciones de todos los actores sociales,
a fin de tener posibilidades de éxito. No se trata de reeditar pactos tras
bambalinas, sino de plantear y discutir abiertamente, con argumentos y sin
calificativos, las opciones disponibles.
El
propósito debe ser construir una agenda que incluya, entre otras cosas:
1. Un aumento
significativo de la inversión pública en los tres órdenes de gobierno, dirigida
a prioridades bien fundamentadas y basadas en una deliberación pública
sistemática entre las partes interesadas.
2.
Un aumento igualmente significativo de la
inversión privada nacional, no sólo de los grandes grupos empresariales, sino
en particular de las empresas medianas y pequeñas (incluyendo al sector social),
agrupadas en estrategias de desarrollo regional y encadenamientos productivos,
para el aprovechamiento de los recursos locales, y sobre la base de consorcios
ad hoc de investigación científica, desarrollo tecnológico y servicios
especializados.[2]
3.
Un aumento de la inversión extranjera en
aquellos campos en que sea evidente su contribución al desarrollo tecnológico y
la ampliación de mercados internacionales.
4.
Una nueva institucionalidad pública que
fortalezca el proceso de identificación, evaluación, selección y ejecución de los
proyectos de inversión pública; que sea abierto a las propuestas y a la
revisión y deliberación pública por parte de la sociedad; que construya una
cartera amplia de proyectos para la planeación a largo plazo de la inversión
pública en los tres órdenes de gobierno.[3]
5.
Una reforma hacendaria nacional que fije las
nuevas reglas sobre los ingresos y egresos públicos, haciendo una distribución
más equitativa de derechos y obligaciones entre los tres órdenes de gobierno.
6.
Una reforma tributaria progresiva, que grave
más a quienes tienen mayor capacidad económica, y en particular un impuesto a
la riqueza que permita a los más ricos contribuir claramente a reducir la
desigualdad.
7.
Un amplio programa de generación de empleos formales
productivos que nos lleve al pleno empleo en una década, aparejado con una
política de largo plazo de aumento en los salarios reales, particularmente de
los más bajos.
8.
Una política macroeconómica que mantenga baja
la tasa de interés y no sobrevalúe el peso; que permita el financiamiento de
proyectos estratégicos de inversión pública mediante emisiones bien calibradas del
banco central, y que controle la inflación.[4]
9. Una
política de financiamiento de proyectos de inversión privada y social, que son
producto de las estrategias regionales de desarrollo, a través de fondos
regionales concursales, que puedan combinar recursos fiscales y bancarios en
esquemas diversos de crédito y aportación a capital; y que puedan convertir
gradualmente las aportaciones a fondo perdido en créditos a tasa cero y
participaciones temporales en el capital de las empresas.[5]
La
transformación que ofreció el gobierno federal todavía es posible. México puede
crecer a tasas elevadas los cuatro años que restan del sexenio. Pero debemos
asumir esto como propósito central, y actuar en consecuencia.
[1] Y
ello, sin considerar el crecimiento adicional que tendría la fuerza de trabajo
en ese periodo.
[2]
Hay distintos casos ejemplificativos que pueden ayudar a configurar los
esquemas propios para México: los programas regionales que impulsa la Unión
Europea, los programas territoriales que se han impulsado en el ámbito rural
latinoamericano, los clústeres en torno a ciertas industrias y regiones.
[3] Un
caso ejemplificativo que vale la pena revisar con lupa es Infrastructure
Australia, el arreglo legal e institucional creado por el gobierno
australiano en 2008 para profesionalizar y sistematizar la jerarquización de
los requerimientos de infraestructura del país (de transporte, comunicaciones,
energía, hidráulica, de salud y educación, etc.). Para la realización de
deliberaciones públicas sobre proyectos de inversión de cierta escala e
impacto, convendría revisar el caso francés y su Commission Nationale du
Debát Publique.
[4]
Este es un tema clave sobre el que volveré en otro apunte próximo.
[5] La
concentración en una sola coordinación federal por estado de lo que antes eran
delegaciones de cada dependencia federal que se manejaban en forma separada,
permitiría ahora operar fondos concursales dirigidos a programas regionales con
una visión integral (no sectorizada) de las prioridades de inversión en cuanto
a actividades económicas, pero también incluyendo requerimientos de
infraestructura y otros servicios (capacitación y asistencia técnica, etc.).
Por ejemplo, un programa regional podría apoyar la inversión en infraestructura
de riego de varias zonas productivas, la organización de productores para la
construcción y operación de bodegas de almacenamiento y unidades de transporte,
el mejoramiento de caminos rurales y la introducción de redes de electrificación
rural y de telecomunicaciones. Otro programa regional podría apoyar el
desarrollo de proveedores de una empresa ancla industrial. En cada uno cabría
identificar requerimientos de mejora tecnológica y servicios especializados.
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