domingo, 10 de junio de 2018

Proyectos de inversión estratégicos en el Proyecto de Nación de AMLO - I


Un proyecto que se ha comentado poco, pero que ha ofrecido apoyar López Obrador es el tren turístico transpeninsular, que iría de Cancún a Palenque, pasando por Tulum, Bacalar y Calakmul, en un recorrido de 830 kilómetros, y con un costo de inversión inicial estimado en 3.5 mil millones de dólares.[1]  Alrededor de este proyecto se mencionan también dos desarrollos inmobiliarios, semejantes en concepto a lo que FONATUR ha desarrollado como “Centros Integralmente Planeados”, uno en Calakmul (en una superficie aproximada de 1,500 hectáreas) y otro en Palenque (del orden de 500 hectáreas).

Con ello, se busca impulsar el turismo en la región, estimulando al visitante que llega a Cancún/Riviera Maya a que dedique parte de su estancia a recorrer estos sitios, y tratando de hacer aún más atractiva la región para que acudan más visitantes.

Adelanto mi opinión, que consta de dos partes:  por una parte, el tren turístico transpeninsular no sería un proyecto rentable desde el punto de vista financiero (por lo que requeriría de un subsidio público permanente) debido a que no lograría alcanzar el volumen de pasajeros necesario, y su costo-beneficio social tampoco sería positivo en la medida en que sus beneficios estarían muy concentrados en pocos empleos de baja remuneración, con impactos negativos en materia ambiental; por otra parte, hay varios proyectos que podrían apoyarse con ese monto de recursos, y que generarían un impacto social y económico mucho más amplio en la región peninsular, así como efectos positivos al medio ambiente.

¿Por qué no sería un proyecto rentable financieramente?

Recordemos el proyecto de tren rápido de Punta Venados a Mérida, con posibles ramificaciones a Cancún y Campeche que se promovió al inicio de la actual administración federal.  Después de gastar más de 1.5 mil millones de pesos en estudios y proyectos, el gobierno federal decidió suspender indefinidamente el proyecto.  Aunque se planteó desde un inicio como un proyecto a ser desarrollado por la iniciativa privada, su cancelación se justificó por razones presupuestarias.  El hecho es que, si hubieran realizado un buen estudio de mercado desde el principio, se hubieran percatado de que no iba a ser rentable financieramente y que por lo tanto, el gobierno iba a tener que subsidiarlo para que pudiera operar.  Con la centésima parte de lo que se gastó la SCT en estudios y proyectos, se habría podido tomar una decisión informada dos años antes.[2]

El proyecto de tren transpeninsular comparte algunos de los elementos que tenía el anterior.  Su mercado base inicial es el visitante que llega a Cancún y la Riviera Maya.  En 2017 fueron casi 12 millones de personas las que visitaron la zona, de las cuales dos terceras partes llegaron en vuelos internacionales.  Si bien la estancia promedio es mayor a 6 días, el 73.5% de los turistas compran paquetes, y de éstos casi el 50% son de la modalidad todo incluido.  Esto significa que su interés está en permanecer en la zona.  La razón que los atrae es en un 75% el sol y la playa. 

Para que un turista que llega a Cancún/Riviera Maya fuera a Palenque, tendría que invertir por lo menos un día y medio, ya que en el mejor de los casos, el recorrido redondo tomaría más de 10 horas.  A Calakmul, podría ir y regresar el mismo día, invirtiendo 5 horas en los traslados.  El tramo a Tulum sería seguramente el más concurrido, y Bacalar es una incógnita.

Aun cuando se supusiera que todos los visitantes que no compran paquetes estarían dispuestos a hacer el recorrido a Palenque, se trataría solamente del orden de 3 millones de personas, cuando un tren de las características que se proponen requeriría de varios millones más de pasajeros para alcanzar un punto de equilibrio  (en la experiencia mundial, sólo dos o tres rutas de trenes rápidos tienen números negros, y conectan grandes centros urbanos entre sí, en Japón y Europa).

En esos términos, no habría empresa privada que se interesara en su desarrollo y operación, a menos que el gobierno federal garantizara un ingreso mínimo que, seguramente, tendría que ser subsidiado año con año. 

¿Por qué no tendría un costo-beneficio positivo?

La proveeduría de vías, locomotoras, vagones, y demás equipo e instrumental para el proyecto sería extra-regional y, muy probablemente, extranjera.  El gasto con impacto en la zona se concentraría en las obras para habilitar el terreno a lo largo de los más de 800 kilómetros de longitud de la ruta.  La demanda del proyecto no sería de nuevos visitantes sino primordialmente de los que ya están llegando a la zona, por lo que la derrama no sería adicional sino que se distribuiría de otra manera entre las localidades visitadas.  Los empleos generados a raíz del proyecto, dentro de la industria turística, tendrían un mayor impacto en sitios que hoy sólo tienen infraestructura y servicios incipientes, como Bacalar y Calakmul.  Pero en Tulum y Palenque, y desde luego, en Cancún/Riviera Maya no habría ningún aumento espectacular de puestos de trabajo. 

Cabe destacar que sitios como Bacalar y Calakmul tienen atributos naturales muy destacados  (Calakmul es patrimonio natural de la Humanidad, además de ser también patrimonio cultural por el aspecto arqueológico) y muy frágiles (nuevamente, Calakmul se encuentra dentro de una zona natural protegida que es vital para el ciclo hidrológico de toda la Península de Yucatán).  Pensar en el desarrollo de centros integralmente planeados en superficies urbanizadas extensas, tipo FONATUR, es un despropósito.  El impacto ambiental sería muy negativo.

En suma, pocos empleos de baja remuneración a cambio de altos subsidios federales permanentes y fuerte afectación ambiental.

¿Qué otros proyectos de inversión podrían generar impactos sociales y económicos mucho más amplios con ese mismo monto de recursos?

Hay posibilidad de impulsar muchos proyectos pequeños y medianos de producción forestal, pesquera, agropecuaria y mixta, sobre bases técnicas, organizativas y de mercado sólidas, que generarían amplios beneficios económicos, sociales y ambientales a lo largo y ancho de la Península de Yucatán.  También hay un segmento turístico nuevo que se puede impulsar con inversiones reducidas y con impactos de derrama económica más extendidos en la región:  el turismo de transbordadores marítimos provenientes de la Florida, con visitantes que traen sus propios vehículos y recorren la región durante periodos más largos.

La región peninsular alberga a una parte importante de los bosques naturales con que todavía cuenta el país.  La mayoría son ejidos y comunidades de gran tamaño (más de 50 mil hectáreas en promedio cada uno), que se han ido deforestando por una política sectorizada y absurda.  Una secretaría maneja lo forestal mientras que otra se ocupa de lo agropecuario, otra de la minería y otra más del turismo.  Ninguna de ellas ve a los ejidos y comunidades como lo que son:  unidades económicas y sociales.  Su riqueza principal, los bosques, no pueden planearse de manera integral porque la CONAFOR sólo autoriza la realización de planes forestales para un pequeño número de hectáreas por año, dejando a la masa boscosa principal sin manejo técnico y expuesta a la tala ilegal.  Además, la superficie que sí se autoriza para un aprovechamiento sustentable, no es suficiente para el mantenimiento de la población que vive alrededor del bosque. 

Apoyar planes de desarrollo integral por cada unidad económica y social, ejidal y comunitaria, redituaría beneficios de corto y de largo plazo muy importantes por peso invertido, en términos de producción maderable y no maderable, servicios ambientales, gobernanza local y cohesión social, así como otros productos complementarios agrícolas y ganaderos, mineros e inclusive, atractivos turísticos.

El potencial forestal de la Península se amplía también al esquema de plantaciones comerciales de especies finas (teca, cedro, caoba, y otras no tradicionales), así como especies de rápido crecimiento (melina y eucalipto).  Hay varios buenos ejemplos empresariales en la zona, que pueden ser pivote de un esfuerzo público-privado-social de mayor escala. 

Por el tiempo que tarda en tener resultados comerciales apreciables (por lo menos 6 o 7 años en el caso de especies de rápido crecimiento), las plantaciones deben combinarse con otras actividades productivas (por ejemplo, explotaciones ganaderas que dedican una parte de su superficie a plantaciones forestales, pasando al mismo tiempo a prácticas ganaderas semi-intensivas en vez de las prácticas extensivas actuales).  También pueden ampliarse los esquemas de financiamiento vía la colocación en bolsa de títulos (certificados bursátiles, CKDs) que puedan ser adquiridos por las Afores.[3]

En materia agrícola, es posible incrementar la productividad actual e incorporar un segundo cultivo en el ciclo agrícola, con la inversión en unidades organizadas de productores de 60 hectáreas o más, sistemas de riego presurizados, y paquetes tecnológicos para combinar maíz de riego en la temporada Otoño-Invierno, con la soya de temporal en Primavera-Verano (con efectos positivos sobre los nutrientes de la tierra).  Hay mercado regional suficiente para ambos productos.

En las costas de la Península se realiza una porción relevante de la captura pesquera del Golfo de México.  Su ordenamiento es impostergable para asegurar su viabilidad de largo plazo. Para ello, el desarrollo de la maricultura en unidades cooperativas de los propios pescadores ribereños es una opción viable.  En Campeche se ha venido desarrollando desde finales del siglo anterior la maricultura de ciclo completo de corvina roja, gracias al esfuerzo de un grupo de técnicos franceses que adaptó el paquete tecnológico de la isla Martinica.[4]  La producción de esta especie y otras que puedan ser validadas tecnológicamente por los centros de investigación regionales, podría ampliarse significativamente a lo largo de la costa peninsular, en unidades de la escala mínima rentable hacia arriba, con base en las cooperativas actuales, como complemento o actividad sustituta de la captura.  El mercado norteamericano es muy amplio para estos productos, además de la zona turística de Cancún/Riviera Maya.

Es posible también pensar en desarrollar otros productos que son demandados en esta zona turística, y que pudieran abastecerse desde empresas actuales y nuevas en la región.  Habría que buscar un esquema financiero tipo factoraje, para apoyar la proveeduría, dadas las condiciones imperantes de pago que caracterizan a hoteles y restaurantes de esta zona.

Reflexión final

Los proyectos de inversión que utilizan recursos públicos, y particularmente los de montos elevados, deben ser producto de una estrategia explícita de desarrollo nacional, sectorial y regional coherente, con visión de largo plazo y formulada de manera participativa con los actores interesados (stakeholders).  Ello, para asegurar que se trata efectivamente de proyectos estratégicos que van a detonar una actividad económica más amplia e incluyente. 

Para multiplicar las oportunidades de inversión con buenos fundamentos económicos, pero también con evidentes impactos sociales y ambientales positivos, es conveniente bajar la mira de lo nacional a lo regional, y de ahí a lo local.  La experiencia internacional en el impulso de programas territoriales integrales es amplia y diversa, tanto en Europa (pactos territoriales, programa de desarrollo local -LEADER-) como en otras regiones (en América Latina con los programas de desarrollo rural con enfoque territorial de RIMISP, IICA y otros).

La manera de canalizar recursos hacia este tipo de proyectos podría ser a través de organismos intermedios en esquemas concursables, que permitan preparar y evaluar estudios y proyectos en etapas, dentro de procesos participativos transparentes.




[1] Tomando a 18.50 pesos por dólar el monto que señala el documento de Proyecto de Nación, que es 64,900 millones de pesos.
[2] Fue sin duda un buen negocio de consultoría, pero un muy mal negocio para el gobierno.
[3] El primer esquema de este tipo fue desarrollado por la empresa Agropecuaria Santa Genoveva, con sede en Campeche, para su muy exitosa plantación comercial de teca  (más de mil hectáreas por año, con un ciclo de corte de aproximadamente 20 años).
[4] Jean Pierre Goffings lidereó este esfuerzo durante muchos años a través de su empresa Maricultivos del Golfo de México.

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