El
pasado 11 de abril, en un mitin celebrado en Compostela, Nayarit, López Obrador
expresó que en su gobierno no habrá “gasolinazos”, que de entrada durante los
primeros tres años se congelarán los precios de la gasolina, el gas y la
energía eléctrica, que ya no aumentarán en términos reales. Y complementó que
incluso se reducirían los precios una vez que empezaran a operar las dos
refinerías que tiene contempladas dentro de su Proyecto de Nación.
Esta
propuesta -congelar precios de gasolina, gas y energía eléctrica- no forma
parte del Proyecto de Nación que se ha difundido, por lo que se trata de un
nuevo planteamiento que ha suscitado numerosas críticas.
Una
de las primeras provino de Meade, quien declaró que no era una buena idea, ya
que “…las tarifas de las gasolinas dependen de los precios internacionales y
los gobiernos no pueden controlar las tarifas…”. Se le olvidó que cuando fue secretario de
hacienda del presidente Calderón, fue directamente responsable del control de
precios y muy alto subsidio a los combustibles que se importaron en ese periodo
(de altos precios del petróleo), a fin de mantener artificialmente bajos los
precios de los combustibles en el mercado interno.
Quizás
López Obrador está dando por descontado un escenario continuado de bajos
precios internacionales del crudo para los próximos años (que es sin duda
probable), con lo cual el precio de las gasolinas en nuestro mercado de
referencia (que es Estados Unidos) se mantendrían también en niveles similares
a los que ahora tienen, y que están ligeramente por abajo de los precios que
prevalecen en México. En tales
condiciones, si el gobierno federal planteara congelar los precios de la
gasolina (y otros combustibles) que se venden dentro del país durante un
periodo de tres años, no tendría mayores efectos para las finanzas públicas ni
para los mercados internos ya que las importaciones seguirían realizándose
prácticamente a precios internacionales.
Pero
esa apuesta, aunque probable por las condiciones estructurales del mercado
petrolero internacional, puede fallar.
Si se elevan los precios del crudo por una escalada en el conflicto de
Estados Unidos con Siria, con Irán, con Rusia, los precios de los combustibles
le seguirían automáticamente, y pondrían en un problema serio a las finanzas
públicas del nuevo gobierno federal en México, ya que para mantener su
propuesta de campaña tendría que destinar recursos presupuestales para
subsidiar el precio de los combustibles importados a los consumidores
nacionales.
Si
electoralmente declarar que ya no habrá “gasolinazos” puede redituar votos,
desde el punto de vista del uso del presupuesto público, subsidiar los
combustibles, como lo hicieron gobiernos priistas y panistas en el pasado
reciente, es un grave error. No sólo se
desviarían recursos de otros usos socialmente más relevantes (inversión en
educación, salud, seguridad, etc.), sino que además el tamaño del boquete ya no
es manejable (por las políticas equivocadas de los gobiernos anteriores en
materia de inversión y mantenimiento de las refinerías que nos han llevado a
tener que importar hoy el 70% del consumo nacional de gasolinas).
Aunque
en el caso de México el alza de los combustibles se ha vuelto un tema mediático
y altamente politizado, su tratamiento en muchos otros países es diametralmente
distinto. En primer lugar, se reconoce
que el subsidio a los combustibles beneficia más a la población de ingresos más
altos, por lo que su impacto social es cuestionable. En segundo lugar, los combustibles baratos
son contrarios a una política que busque dar preferencia al transporte público
sobre el particular, no sólo para una mayor eficiencia en la movilidad, sino
también para reducir la generación de gases de efecto invernadero.
No
en balde, en gran parte de Europa, con amplia aceptación social, los precios de
los combustibles han registrado durante décadas un nivel consistentemente más
elevado que el que correspondería sólo por la variación en el precio
internacional del crudo. Y se han vuelto una fuente importante de ingreso
público derivado de impuestos ambientales.
El
tema del gas (natural) y de la energía eléctrica merece algunas consideraciones
adicionales. México se ha vuelto
altamente dependiente del gas natural que proviene de Estados Unidos (donde el
boom del shale gas redujo
sustancialmente su costo de producción y generó excedentes importantes para
exportación), y no hay a corto o mediano plazos opciones viables de reducir
significativamente esta dependencia con producción nacional. La estrategia que parece razonable en este
caso consiste en diversificar las fuentes de suministro internacional (además
de continuar desarrollando los proyectos viables que se vayan descubriendo
dentro del país), a fin de estar en condiciones de recibir eficientemente gas
natural licuado de Sudamérica o de África (que hoy tiene un sobreprecio -por el
transporte y el manejo especializado- con respecto al gas que llega por ducto
de Estados Unidos, pero que tenderá a unificarse conforme se reduzcan los
yacimientos de ese país).
Y
la generación de energía eléctrica en México es crecientemente dependiente del
gas natural como fuente de energía primaria.
Por lo tanto, tampoco en el caso del gas y la energía eléctrica hace
sentido la idea de congelar precios, aunque sea temporalmente.
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Es
importante que López Obrador reconozca que en esta ocasión se equivocó, y
rectifique en consecuencia.
También
sería deseable que escuchara más a sus colaboradores y asesores (incluyendo a
su gabinete), particularmente a los que tienen otros puntos de vista, en todos
los temas relevantes de la agenda pública, antes de hacer pronunciamientos poco
reflexionados, al calor del mitin, de la entrevista o del debate. Los contrincantes políticos van a aprovechar
cualquier desliz, para magnificarlo y distorsionarlo a fin de atacar a López
Obrador.
Cada
vez es más clara la “espotización” de los discursos políticos. No hay argumentos que busquen contrastar planteamientos. Los voceros y los propios candidatos del PRI
y del PAN aprovechan cualquier oportunidad de difusión pública en medios para
repetir hasta la saciedad sus estribillos y frases hechas en el escritorio de
sus asesores en comunicación política, a fin de taladrar en las mentes de los
electores, entre otras cosas, que López Obrador no tiene propuestas sino
ocurrencias.
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