viernes, 13 de julio de 2018

Carta abierta a Gerardo Esquivel, próximo subsecretario de egresos



Estimado Gerardo:

El 29 de abril pasado escribí una carta abierta dirigida a AMLO en la que le explicaba por qué iba a votar por él.  Utilizo ahora el mismo expediente para compartir contigo algunas reflexiones y experiencias que quizás te den algunos tips para abordar la difícil tarea que estás asumiendo.

“Excedentes” de recursos en el presupuesto federal actual

Has explicado en distintos foros cuáles serán las fuentes de recursos para financiar, de entrada, los programas insignia del nuevo gobierno:  adultos mayores y jóvenes.  Y te has referido, entre ellas, al ramo 23, que en los últimos años ha significado erogaciones -en gran medida discrecionales- de cientos de miles de millones de pesos.

Un punto que parece trivial, pero no lo es, se refiere a que una parte significativa de estos “excedentes” de presupuesto público que se han manejado discrecionalmente se genera “fuera del presupuesto aprobado”; ya que es producto del ingreso adicional no programado, derivado de factores tales como que el precio internacional de referencia del crudo para la mezcla mexicana fue mayor en la realidad, y/o de que el efecto neto del tipo de cambio promedio anual tomado como referencia[1] fue también más positivo a lo programado (por ejemplo, porque supone una reducción en el monto de pago por concepto del servicio de la deuda pública denominada en moneda extranjera, y una factura menor por compra de combustibles en el exterior por parte de PEMEX, etc.).

La implicación de lo anterior consiste en que tales excedentes no se pueden programar de antemano, ya que se está suponiendo que no van a existir.  De ahí la facilidad administrativa para manejarlos discrecionalmente:  no están comprometidos ex ante en alguna partida presupuestaria.

Cabría quizás considerar –con reglas explícitas de proceso- un seguimiento cercano de estos factores y sus efectos sobre el presupuesto, a fin de prever y generar, en su caso y en su momento, ampliaciones automáticas a ciertos programas clave.  Una parte de estos recursos -relacionados con el precio mayor del crudo- podrían canalizarse al Fondo del Petróleo, para utilizarse, después de un cierto monto, en proyectos de inversión pública prioritarios.[2]

Reducción en el costo del servicio de la deuda pública denominada en moneda extranjera

Ha sido práctica común la sustitución de tramos de deuda cara y de corto plazo por otra que se pueda conseguir en los mercados internacionales de capitales, de menor costo y plazo más largo.  Esto evidentemente mejora el perfil de la deuda total y reduce las erogaciones presupuestarias de corto plazo para pagarla.  Las oportunidades más obvias serían tratar de colocar papel mexicano a largo plazo en mercados de gran liquidez como el chino y el de los países árabes petroleros.  Cualquier reducción en las tasas de interés y el monto de capital que se paga hoy puede representar muchos millones de pesos que serían liberados para su uso en otras prioridades.

Reingeniería de los apoyos al desarrollo rural

Si bien desde 2001, con la Ley de Desarrollo Rural Sustentable, ha sido un objetivo recurrente el impulsar la elevación de la calidad de vida de la población rural a través de un desarrollo integral que sea competitivo en lo económico, socialmente incluyente y sustentable desde el punto de vista ambiental, y a pesar de que desde entonces se ha buscado transparentar y articular los recursos que se canalizan a este propósito, mediante la integración dentro del PEF del “Programa Especial Concurrente para el Desarrollo Rural Sustentable”[3], el hecho es que cada uno de los 115 programas específicos que lo componen opera con su propia lógica, y de manera independiente del resto, por lo que no hay sinergias ni concurrencia de recursos en función de proyectos y regiones. 

Hubo un intento de hacer las cosas de manera distinta, por lo menos en el aspecto productivo y en pequeña escala.  Entre 2011 y 2013, la SAGARPA ensayó canalizar recursos con un enfoque territorial[4] (intersectorial), a través de un programa denominado “Proyectos Estratégicos Territoriales” (PETs), que buscaba desarrollar las cadenas productivas relevantes de una determinada zona, a partir de una planeación participativa con los actores locales, con visión de corto, mediano y largo plazos, y la articulación de los programas de apoyo específicos que resultaran pertinentes. 

Cabe describir un ejemplo ilustrativo de lo que se intentaba lograr: En la región nororiente del estado de Campeche[5] se identificaron y promovieron proyectos de modernización productiva, para incrementar rendimientos por hectárea en el cultivo tradicional (maíz) e incorporar un segundo cultivo en el mismo ciclo agrícola (soya), mediante el desarrollo de sistemas de riego presurizado.  Había productores organizados y otros con deseos de organizarse, en bloques compactos de por lo menos 100 hectáreas, y con un potencial de alcanzar 3 mil hectáreas en un lapso de tres años.  Se requería infraestructura de acopio para que los productores pudieran cumplir con las normas de calidad que pide la industria, y comercializar directamente sus cosechas en mejores términos.  Ello permitía entrar en esquemas de agricultura por contrato con las empresas grandes de la región que hasta hoy importan gran parte de su consumo de granos y oleaginosas. Complementariamente, se daría capacitación para establecer los paquetes tecnológicos adecuados, con el uso del riego para un cultivo y la siembra en temporal del otro.

Para este “PET” se requería articular programas de SAGARPA, CONAGUA, FIRCO, INCA Rural, FIRA/Financiera Rural, ASERCA, e incluso de la Comisión Federal de Electricidad (que no participa dentro del Programa Especial Concurrente) para apoyar con electrificación rural (con tramos de tendido eléctrico de la potencia requerida para llegar a las zonas de producción o incluso con la ampliación de capacidad en subestaciones aledañas), a fin de dar viabilidad a las unidades de riego.

El PET como tal no tenía recursos asignados, pero podía disponer hasta de un cierto porcentaje del presupuesto asignado a ciertos programas agrícolas y pecuarios de SAGARPA en el estado.  Y también podía promover la participación de otras instancias públicas a fin de integrar el financiamiento necesario para el conjunto de proyectos en un horizonte multianual.

Está por demás decir que las rigideces propias de las reglas de operación de cada programa específico impidieron llevar a cabo proyectos de inversión como estos (que están pensados en función de sus propios requerimientos), que tratan de organizar a los productores, de generar escalas productivas y eslabonar la cadena a favor del productor, de elevar la productividad y de aumentar los ingresos con base en una operación rentable.

De la experiencia derivaron lecciones aprendidas que sin embargo no se aplicaron para mejorar el programa, sino que se optó por suprimirlo. Hoy, los programas productivos de SAGARPA y muchos de los otros que integran el Programa Especial Concurrente, se otorgan de manera atomizada, sin conexión entre ellos, con muy bajo impacto, parcializados en cuanto a su subsector (sólo agrícola, o sólo pecuario, o sólo forestal, etc.) y componente del proyecto (sólo el sistema de riego, sólo el pozo, o sólo el tractor, etc.). Son subsidios directos al productor que responden en muchas ocasiones a estructuras clientelares de corrupción en las que están involucrados los propios servidores públicos de las delegaciones federales y los prestadores de servicios profesionales que “ayudan” al productor a “bajar los recursos”.

Cabría pensar ahora en un programa PET.2, que supere las insuficiencias detectadas en su antecesor.  Un elemento clave sería que los recursos no fueran ya a fondo perdido, sino que se estableciera el compromiso de devolverlos, sin intereses, aunque fuera parcialmente, en un plazo determinado[6].  Los recursos devueltos se podrían concentrar en fondos regionales para apoyar nuevas iniciativas en la zona, y con ello generar una espiral virtuosa de inversión creciente.  De este modo, los propios actores locales tendrían incentivos para vigilar el buen uso de los recursos.  Este nuevo programa debería contar con recursos propios y un horizonte multianual de ejecución.[7] 

Reingeniería del presupuesto destinado a caminos rurales y alimentadores

En los últimos diez años, se ha destinado un monto promedio anual de casi 14 mil millones de pesos para la construcción, ampliación (modernización) y mantenimiento (incluye reconstrucción, conservación periódica y rutinaria) de los caminos rurales y alimentadores.  Cabe destacar que a 2016, de los 393 mil kilómetros que integran la red carretera nacional, el 87.3% corresponde a los caminos rurales y alimentadores, incluyendo las brechas mejoradas (pero recibe menos de la cuarta parte de la inversión pública federal total a este rubro).

Aunque se repite insistentemente que estos caminos son responsabilidad de los gobiernos estatales y municipales, y que el gobierno federal sólo coadyuvará de manera complementaria a financiar las obras antes mencionadas, el hecho es que, de acuerdo con la Ley de Caminos, Puentes y Autotransporte Federal, se vuelven de jurisdicción federal por el hecho de que sean construidos en su mayor parte o en su totalidad con recursos federales.  A partir de ahí, se vuelve una atribución de la SCT darles mantenimiento.

Hoy, tanto la construcción de nuevos tramos como su mantenimiento es casuística, y depende en gran medida de decisiones cupulares de autoridades federales y estatales. Además, a los tramos que propone la SCT en el PEF, los diputados añaden otro tanto, en función de sus propias gestiones y compromisos.  La evaluación del presupuesto anual para conservación se hace en paquete, incluyendo todos los tramos que tentativamente se desea mejorar, a partir de un análisis costo-efectividad que sólo es un trámite.  El presupuesto para construir o ampliar nuevos tramos se basa en un análisis costo-beneficio de cada tramo individual, cuando lo más probable, en función del bajo aforo que tienen los caminos rurales, es que no obtenga un valor presente positivo.  Hay, además, una participación del programa de empleo temporal para apoyar la conservación rutinaria de los caminos rurales. 

Estos programas son un auténtico “hoyo negro”, se sabe lo que entra pero no lo que sale. Conforme a las evaluaciones de desempeño que ha realizado la Auditoría Superior de la Federación a los programas de construcción y modernización, y de reconstrucción y conservación de caminos rurales y alimentadores en los últimos años, es notoria la completa opacidad en el destino de los recursos y la inexistencia de una medición del impacto que tienen en sus comunidades.

Las mejores prácticas internacionales para este tipo de inversión pública son completamente distintas:  se trata de evaluaciones de redes de caminos rurales y no de tramos aislados, incluyendo juntas las obras de nuevos tramos, de ampliaciones y de trabajos de mantenimiento en sus diferentes grados, con transparencia en los criterios de selección de los tramos, y con participación comunitaria en todas las fases, desde la planeación, evaluación, selección con restricción presupuestaria y gestión de los proyectos.  Estas prácticas utilizan herramientas apoyadas en sistemas de información geográfica, que permiten un seguimiento pormenorizado del inventario de caminos que integra una red determinada en una unidad territorial específica.[8]

Planeación del desarrollo y ciclo de proyectos de inversión pública

Los proyectos de inversión que merecen ser apoyados con recursos públicos deben estar claramente alineados a una visión (estrategia, plan) integral (económica, social, ambiental, territorial) del desarrollo del país.  De los objetivos nacionales y de las estrategias para lograrlos deben desprenderse con toda naturalidad los proyectos de carácter nacional.  Al nivel subnacional (macrorregional, estatal, municipal, microrregional) se plantean objetivos y estrategias propios, de los cuales derivarán sus respectivos proyectos prioritarios. 

El gobierno federal debiera apoyar directamente sólo los proyectos que se consideren nacionales y de manera indirecta, con el concurso de los otros órdenes de gobierno, otros proyectos subnacionales que resulten funcionales para la visión de país a la que se aspira.

Así, por ejemplo, el desarrollo integral del Istmo de Tehuantepec es parte constitutiva de la estrategia nacional de desarrollo territorial, y los proyectos que se requieran para llevarlo a cabo deberán seleccionarse en función de su contribución a este propósito, y al impacto que tengan en materia económica, social y ambiental, a fin de optimizar el uso de los recursos siempre escasos de inversión pública[9].  También son proyectos de índole nacional los que se orientan a la recuperación y a la ampliación de la capacidad de refinación de crudo, ya que se inscriben en objetivos tales como:

·         Promover el desarrollo de encadenamientos productivos en industrias competitivas a nivel internacional (producción de crudo, refinación, petroquímica, otras industrias)[10]
·         Reducir la vulnerabilidad del país frente al exterior, en este caso generada por la altísima proporción de combustibles que se importa para satisfacer el consumo interno.

Hay otros proyectos, como el tren maya, que no son de la jerarquía suficiente para considerarlos proyectos nacionales.  Primero debieran pasar el filtro de una estrategia regional integral de desarrollo de la Península de Yucatán, y luego, si fuera a utilizar recursos públicos, aplicar el análisis costo-beneficio correspondiente.  En una primera mirada, hay formas más eficaces y menos costosas para incrementar el flujo de visitantes extranjeros y nacionales a la región[11], y con toda seguridad, habría otros proyectos de inversión de mucho mayor impacto en términos de generación de empleos bien remunerados, de una distribución más amplia de los beneficios por peso invertido, y enfocados a rubros de mayor prioridad regional:  conservación y aprovechamiento productivo de las zonas forestales tropicales; ordenamiento y aprovechamiento sustentable de la pesca ribereña a través del fomento a la maricultura; producción de granos y oleaginosas en mayor escala y con productividad más elevada.

A fin de estar en posibilidad de jerarquizar y gestionar las múltiples solicitudes de inversión pública federal para proyectos (incluyendo los que provengan del “alto mando”), es necesario contar con planes y programas nacionales (sectoriales y regionales) bien elaborados; así como planes y programas subnacionales, elaborados por las autoridades correspondientes, alineados a las prioridades nacionales. 

Una amplia participación de los actores interesados (stakeholders) y una deliberación profunda con los expertos en cada tema son elementos que permiten blindar los planes, programas y proyectos que orienten el uso de los recursos de inversión pública.

Debemos descartar prácticas viciadas como el uso de las herramientas de evaluación para justificar proyectos que alguna autoridad quiere ejecutar a toda costa.  Y el gasto excesivo en la elaboración de proyectos ejecutivos para dar soporte a análisis costo-beneficio.  Habría que reinstituir un proceso de gestión de propuestas de proyectos de inversión basado en el ciclo lógico de los proyectos, que se basa en el principio de realizar los análisis socioeconómicos, ambientales, legales, técnicos, en etapas de profundidad creciente; de modo que si un proyecto parece viable en un análisis a nivel de perfil, se proceda a estudiarlo a nivel de anteproyecto o prefactibilidad, y luego a nivel de factibilidad, hasta llegar, cuando ya se tomó la decisión de ejecutarlo, a la elaboración del proyecto ejecutivo.

Esta práctica da lugar a la integración de carteras de proyectos de inversión, a distintos niveles de elaboración, que permiten alimentar procesos deliberativos en los que las autoridades y otros actores interesados puedan definir los mejores proyectos para alcanzar los objetivos de desarrollo acordados.

Diseñar mecanismo fiscal que evite los gasolinazos, evite subsidiar los combustibles y recaude impuestos (de aplicación general y ambientales) por el consumo de combustibles

Por su importancia en el funcionamiento de la economía mundial, y por su desigual distribución a nivel internacional, los hidrocarburos son un commodity sujeto a fuertes presiones políticas, por lo que las variaciones en su precio no responden solamente a la racionalidad económica de su producción y distribución.  En consecuencia, los precios internacionales de los combustibles elaborados a partir del crudo (petrolíferos) se mueven a la par que su materia prima básica.

La aparente reducción en la oferta mundial de crudo que prevaleció en la primera década de este siglo, y que llevó los precios a más de 100 dólares por barril durante varios años, se ha relajado por el desarrollo de la explotación de los recursos de crudo shale en Estados Unidos, por la reincorporación de Irán al mercado internacional, y por la decisión de los países árabes productores de crudo barato de no seguir perdiendo participación de mercado.  En el horizonte está, además, la eventual recuperación de Venezuela como productor líder, y el desarrollo de yacimientos de crudo shale en otros países además de Estados Unidos (como China, Argentina, Canadá y México).  Hay una tensión permanente entre la posibilidad de desarrollar nuevos campos si el precio es suficientemente alto, y el propósito de los países del medio oriente de no malbaratar su recurso casi único, pero tampoco seguir perdiendo mercado frente a productores de otras partes del mundo.

En el mediano plazo, entonces, se percibe una condición estructural de oferta más que suficiente, frente a los esfuerzos siempre presentes de la mayoría de los países por lograr una mayor eficiencia energética y una mayor participación de energías renovables en su matriz energética.

En estas condiciones, el precio del crudo debiera mantenerse en un rango bajo en un horizonte de corto y mediano plazos.  Sin embargo, factores políticos, como el retiro de Estados Unidos del acuerdo con Irán, afectan el nivel de precios ante la amenaza de disrupciones fuertes en el suministro mundial.

En este contexto, ¿cómo blindar los precios internos de los combustibles para que no estén expuestos a variaciones bruscas provenientes del exterior?  Y también, ¿Cómo evitar que una elevación del precio internacional del crudo durante un periodo prolongado se traduzca en la necesidad de subsidiar los precios internos a costa de recursos presupuestarios que se estarían desviando de otros usos social y económicamente más productivos?

Creo que es posible el diseño de un mecanismo que genere ahorros provenientes del IEPS, y los deposite en un fondo de reserva, cuando el precio internacional del crudo (y por tanto de los combustibles) da margen para la aplicación del IEPS sin rebasar el límite autoimpuesto de “no subir precios en términos reales”.  Dichos ahorros se utilizarían para subsidiar el precio de los combustibles cuando el precio internacional del crudo fuera de tal magnitud que se comiera por completo el IEPS y obligara a mantener un precio interno de los combustibles menor al que prevaleciera en el mercado internacional.

En rangos de variación razonables, un mecanismo así podría funcionar.  Supone anticipar la posible elevación de los precios internacionales, y tomar recursos presupuestarios hoy para integrar un fondo de reserva que podría, o no, utilizarse en el futuro.

Una variación a este esquema, más razonable a mi juicio, sería que se permitiera una elevación gradual y pequeña, pero real, al precio de los combustibles, de manera que se fuera teniendo un colchón de amortiguamiento más grande con el paso del tiempo.  El efecto inflacionario sería nulo o mínimo[12], y el sacrificio fiscal sería menor.

Consejo Fiscal Independiente

Habrá que ser muy cuidadosos en su diseño para que cumpla con la expectativa de generar confianza en el manejo fiscal del gobierno federal, pero sin que se convierta en una camisa de fuerza. 

Un elemento deseable en este diseño sería que también tuviera atribuciones de revisión y opinión sobre los presupuestos de los gobiernos estatales.




Fraternalmente,




Octavio Arellano
13 de julio de 2018



[1] De ahí la conveniencia de fijar precios realistas y conservadores dentro de la Ley de Ingresos de la Federación.  Para el crudo, considerando un precio ligeramente menor a lo que las proyecciones más serias indiquen.  Para el tipo de cambio, considerando un precio promedio anual y a fin de periodo ligeramente subvaluado, conforme a las proyecciones que realicen Banco de México y otras organizaciones financieras internacionales.
[2] Conforme a la propuesta que hace Luis de la Calle en el libro ¿Y ahora qué?:  México ante el 2018.
[3] Que suma  334,314 millones de pesos en el PEF 2018, en diez vertientes:  financiera, de competitividad (53 mil millones de pesos de los programas propiamente productivos de SAGARPA), de medio ambiente (que incluye 3.6 mil millones de pesos para el desarrollo forestal productivo, a través de CONAFOR), educativa, laboral, social (que incluye37 mil millones de pesos de pensión a adultos mayores), de infraestructura (que incluye52 mil millones de aportaciones a entidades federativas y municipios, y 2.2 mil millones de infraestructura hidroagrícola), salud (que incluye 32 mil millones de seguro popular), agraria y administrativa.
[4] El IICA apoyó metodológicamente al INCA Rural para formular las pautas del programa y definir los procesos de trabajo que se aplicaron en campo.  Es probable que el Dr. Villaseñor conozca este caso, ya que hasta fecha reciente fue director de este organismo.
[5] Quien esto escribe coordinó el llamado “Equipo técnico de cooperación territorial”  (ETCT) que fue contratado por el INCA Rural para desarrollar los trabajos del PET en la región.  Se formuló un diagnóstico general de la zona y se priorizaron tres encadenamientos productivos:  maíz-soya, miel de abeja y lechería tropical.  Las actividades forestales son, sin duda, muy relevantes en el estado de Campeche, pero no eran elegibles porque no entraban en el ámbito administrativo de la SAGARPA (están “adscritas” a la SEMARNAT, vía CONAFOR).
[6] Me parece que algún programa del antiguo FONAES, hoy INAES, tenía esta característica.
[7] Una experiencia internacional que podría revisarse y parece pertinente al caso es la del Programa de Desarrollo Local (antes LEADER) de la Unión Europea, que ya es una herramienta central en su propósito de lograr cohesión territorial.  Se instrumenta a partir de contratos territoriales, que cuentan con un plan de acción intersectorial dentro de un horizonte de largo plazo, gestionado por un grupo técnico local, y con la participación activa de los actores sociales del territorio.
[8] El Fideicomiso del Sur-Sureste (FIDESUR) y la Comisión para el Desarrollo Integral de la Región Sur-Sureste (CDIRSSE) de la CONAGO están trabajando en este sentido, para contar con una metodología y una herramienta que se pueda aplicar a redes de caminos rurales y alimentadores en zonas rurales aisladas de la región.
[9] Incluyendo la atracción de inversión privada y, en su caso, social.
[10] Algunos analistas opinan que la inversión en refinerías no es negocio.  Si no lo fuera, no habría cada año un incremento neto en la capacidad de refinación mundial, incluyendo a Estados Unidos, y financiada tanto por dinero público como por dinero privado.  Para el caso de México, convendría formular los estudios costo-beneficio que mandatan los lineamientos emitidos por la Unidad de Inversiones de la Secretaría de Hacienda, con absoluto rigor, a fin de contar con elementos cuantitativos sobre los beneficios netos de una inversión de esta índole.  Además, cabría promover estos proyectos en esquemas de asociación público-privada con empresas globales que tienen capacidad técnica y financiera, a fin de no concentrar la inversión pública en unos pocos proyectos.
[11] Una consiste en el desarrollo del circuito carretero peninsular, que conecta de manera más eficiente a los poblados de la zona central de la Península.  Otra, complementaria, se refiere a la promoción internacional del turismo de transbordador marítimo, que lleva a pasajeros con sus vehículos de, por ejemplo Tampa, Florida, a Progreso, Yucatán, a Puerto Morelos, Quintana Roo, y a Seybaplaya, Campeche  (con posibilidad de incorporar a Dos Bocas, Tabasco).  Se trata de desarrollar el turismo carretero, que llega también por mar de Estados Unidos, en torno al mundo maya y olmeca.  Las carreteras troncales federales son amplias y bien mantenidas.  Incluso, aunque se pensara exclusivamente en llevar turistas de Cancún a Palenque y puntos intermedios, habría la opción, más flexible, de calidad equiparable y menor costo, de organizar excursiones vía autobús.  Ya hay una gran experiencia en el manejo de los turistas de cruceros por esta vía.
[12] Habría que recordar el proceso de actualización de las tarifas eléctricas que se realizó durante varios años, y que permitió un incremento real importante, sin que tuviera reflejo en el nivel de inflación del país.

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